Le debo canciones a muchas personas, con quienes he pasado buenos y malos ratos, momentos de felicidad plena y de peleas cuáticas y dramáticas. Le debo canciones a muchos viajes y paradas, a estaciones de buses y aeropuertos, a mercados populares y a imágenes violentas y tiernas que he visto en diversas calles de Chile y Sudamérica. Pero aún tengo un tema pendiente, hacer una canción para mi hermana que nunca pude conocer, mi hermana mayor. A veces pienso que sería de mí y de mi familia si ese ser humano hubiera estado con nosotros ahora. Tal vez nada hubiera cambiado, tal vez sí, tal vez estaríamos cantando canciones, tal vez peleados. No suelo hablar mucho con mis hermanos, eso es cierto, pero ellos saben que los quiero en todo momento. Sé que a veces puedo ser una mierda de persona desagradable, peleador e indiferente ante el dolor. También sé que puedo ser un cacho tremendo, porque decidí no trabajar para un patrón ni entrar al sistema del todo, ni usar mi título universitario como de pronto podría hacerlo. Decidí vivir una vida itinerante, sin muchos lujos, pero haciendo lo que me gusta y más quiero. Hábito en mi familia y en todos los seres con los que me he cruzado en algún momento. Y todos ellos habitan en mis canciones y tonadas, aunque no publique prácticamente nunca. Pero esas composiciones existen y las conocerán poquito a poco o tal vez nunca. Cada vez que quiero acordarme de alguien tomo la guitarra y canto la canción que le hice. Cada vez que quiero transportarme a un espacio que habité, tomo la guitarra y canto en mi pieza o en el sillón. Habito en mis tonadas y canciones. Mi territorio es la música y la poesía.
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