Desde que aparece la cinta magnética, el modo en que la
música era concebida hasta ese momento, por lo menos en el mundo occidental,
cambia radicalmente de paradigma. No solo porque aparece un medio de registro
para la misma, sino porque también da pie a nuevos tipos de experimentación
sonora, ampliando de manera radical la música de los 12 tonos al rango de frecuencias
capaz de ser percibido por el oído. De algún modo, el manifiesto del ruido
encuentra un buen aliado tecnológico. Comienzan a aparecer trabajos musicales
centrados en captar ruidos cotidianos como la marcha de un tren y hacer
collages sonoros cortando los trozos de cinta para ser reposicionados y darle a
dicho registro el carácter de obra. También surgen las instalaciones sonoras, acarreando con
ello un descalabro en el mundo clásico, que no podía entender ese tipo de
manifestaciones. Podrá parecernos música o no (la discusión conceptual sigue
incluso hasta el día de hoy), sin embargo, ese hecho es un punto de inflexión
innegable en la historia de ésta.
Hago dicha introducción para hablar no necesariamente de la música
concreta o electroacústica, como actualmente se denomina a lo que engloba este
tipo de experimentación sonora, sino más bien para hacer incapié en cómo ese
hecho sienta un precedente para la diferencia entre música de estudio y música
en vivo, más allá de si es clásica o no, experimental o no, y toda la discusión
y mitología que surge a su alrededor. Una vez que aparece la cinta aparecen estudios de registro,
eso ya lo sabemos, los que sirven para el auge del mercado musical, pero a
diferencia de algunos compositores clásicos que ven en la tecnología un
elemento para enriquecer su obra personal por medio del autoaprendizaje y la
experimentación (Stockhausen, Berio, entre otros), los músicos populares son captados
por el mercado de ingenieros y productores disociando así el trabajo
compositivo del registro mismo. Con el tiempo los más curiosos decidieron convertirse en
productores e ingenieros de su propia obra. Casos como Pink Floyd son uno de
los más conocidos y representativos. Con esto surge la pregunta de si el disco entonces es obra
aparte de la interpretación en vivo o no. Para muchas versiones ortodoxas del
asunto éste debe representar solo lo que luego el músico puede realmente interpretar
en vivo. Pero paralelo podemos preguntarnos hasta qué punto esto tiene que ser
necesariamente así. Todo va a depender del compositor mismo siempre, pues el
concierto en ese caso es más similar a una instalación sonora in situ que al
trabajo de encerrarse a grabar para obtener como resultado una obra diez mil veces
reproducible sin alteración alguna.
Con tanta herramienta y tutorial en red cada vez es más
común volver a ese espíritu de los primeros trabajos con cinta. Basta adquirir una
interface portátil, escoger un programa de computadora de registro multipista, instrumentos
favoritos y comenzar a experimentar, haciendo y rehaciendo, asumiendo el ensayo
y error como metodología de trabajo y el autoaprendizaje como bandera de lucha
profesional. Música popular mezclada en su registro con el espíritu que
envolvió a los primeros músicos que se vieron seducidos por los primeros
métodos de grabación, esa es la cuestión. Por otro lado, ya es mito el estudio insonorizado. No es que
ya no sirva, si no que cumple su función en tanto qué es lo que buscamos cómo
músicos. Una habitación común y corriente también sirve si lo que queremos es
usar el espacio con la filtración de ruidos externos a nuestro favor. Todo
contexto es válido como un elemento más dependiendo de lo que se quiera lograr como
sonido final. Por eso, cada vez es más común encontrarse con compositores
populares que encarnan el rol de ingenieros y productores de su obra, haciendo
de la canción un proceso creativo que no acaba en el papel. Abriéndose así
hacia dos caminos paralelos: el proceso de registro y el proceso de
presentación en vivo. El proceso de registro es definitivo, mientras que el vivo
lisa y llanamente, como salón decimonónico moderno, muta cada vez dejando
abierta siempre la obra a nuevas posibilidades interpretativas y de arreglos, precisamente
porque está inserta en un tiempo y espacio que no se repite jamás. Y ambas
posibilidades son igual de ricas para encontrar las diferentes salidas de una
obra, las múltiples personalidades de la misma. Entonces, en vez de
encasillarnos en discusiones que poco construyen, tal vez la mejor salida
siempre es usar cualquier contexto a nuestro favor antes de rechazarlo a
priori. La idea romántica de que todo tiempo pasado fue mejor sigue siendo romántica
y nada más.
Yo prefiero mirar hacia delante y usar el pasado para seguir
construyendo un siempre mejor futuro musicalmente hablando.
La Pieza Oscura, conjunto de equipos transportables que
instalo en cualquier habitación o espacio elegido para grabar temporalmente.
Aquí estamos en Maule Sur, comuna de Colbún, Séptima región. De aquí saldrá la
base de los 2 nuevos trabajos.
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