Desde que aparece la cinta magnética, el modo en que la
música era concebida hasta ese momento, por lo menos en el mundo occidental,
cambia radicalmente de paradigma. No solo porque aparece un medio de registro
para la misma, sino porque también da pie a nuevos tipos de experimentación
sonora, ampliando de manera radical la música de los 12 tonos al rango de frecuencias
capaz de ser percibido por el oído. De algún modo, el manifiesto del ruido
encuentra un buen aliado tecnológico. Comienzan a aparecer trabajos musicales
centrados en captar ruidos cotidianos como la marcha de un tren y hacer
collages sonoros cortando los trozos de cinta para ser reposicionados y darle a
dicho registro el carácter de obra. También surgen las instalaciones sonoras, acarreando con
ello un descalabro en el mundo clásico, que no podía entender ese tipo de
manifestaciones. Podrá parecernos música o no (la discusión conceptual sigue
incluso hasta el día de hoy), sin embargo, ese hecho es un punto de inflexión
innegable en la historia de ésta.